jueves, 24 de marzo de 2011

La Televisión también sirve para escuchar



Twitter: @mautolosa

Pasan los días y se mantiene el impacto de aquella hora del domingo, en que James Hamilton contó su historia en Tolerancia Cero. Ese día se rompió un velo, surgió una nueva comprensión de situaciones de abuso a las que han sido sometidos muchos cristianos creyentes por pastores que manipularon la confianza incondicional que surge en el marco de la fe.

Fue una situación anómala para la televisión: los panelistas -y miles de televidentes a través de ellos-, escucharon. Esa hora de escucha atenta conmovió y  cuestionó los cimientos de una de las instituciones hasta hace poco más intocables de Occidente. Esa hora de escucha, más allá de las diferentes opiniones de las personas, nos hizo comprender y solidarizarnos con el sufrimiento de un hombre abusado.

Cuando escuchamos a alguien, con atención, con respeto, con empatía nos pasan cosas, cambia nuestro mundo. Para comprender al otro, estamos obligados a abandonar nuestras certezas, a arriesgarnos a salir de nuestros propios límites: así logramos comunicarnos con el otro, estar en común-unión con el otro. Escuchar devuelve el poder a las palabras, destaca las conexiones y uniones y nos abre posibilidades.

Los formatos de los programas de televisión no están hechos para dar voz, para entregar la palabra a los “invitados” o entrevistados. Los entrevistados van a validar el flujo de lucimiento de el o los dueños del espacio. Paradojalmente, a propósito de Hamilton, Tolerancia Cero, es uno de los mejores ejemplos del invitado como festín de los panelistas. No merece comentario el modelo de destrucción de la conversación de los programas de farándula, donde abundan la descalificación, la ofensa, la agresión gratuita, el “exterminio” del “contrincante”.

La televisión chilena no está hecha para escuchar y generar preguntas, sino para transmitir y ratificar el estado de cosas. Imagínense lo peligrosa y transgresora que sería la televisión si hubiésemos visto testimonios, similares a los de Hamilton, de un hombre que tuvo que dejar morir a su esposa porque no se le pudo practicar el aborto terapéutico, o un emprendedor que fracasó y que comienza a perder lentamente sus bienes y su familia, o de un profesor que se siente asustado en la sala de clases por las amenazas de los alumnos. Imagínese que empezáramos a conversar y a escucharnos.

sábado, 26 de febrero de 2011

Terremoto del 27 de Febrero en Chile: la conversación que no tuvimos


Hace un año, la defensa nacionalista de Don Francisco fue, para muchos, motivo de orgullo. Que lloráramos, nos conmoviéramos, teletoneáramos estaba bien; pero realizar las preguntas más profundas y obvias después de una catástrofe de esa magnitud, no era aceptable a riesgo casi de ser acusado de antipatriota. Un año después pagamos, con un Chile dividido y confundido, enfrentamos las consecuencias de no haber realizado aquella conversación. Todavía es tiempo, porque la tarea que queda es mucha.
A continuación la columna de aquellos días:

Habitualmente, las catástrofes naturales o humanas abren espacios para preguntarse de manera más activa y penetrante. Sucedió en Estados Unidos, después de los Huracanes Andrew o Katrina,  y también en América Latina con los intensos debates y reflexiones sobre el estado de la sociedad, después de los terremotos de Managua en 1972 y  de la Ciudad de México en 1985, o del Huracán Mitch que desoló, en 1998, a Nicaragua y Honduras. 
Por esto, quizás no es tan sorprendente que luego de visitar la zona del desastre en Concepción y recoger impresiones y testimonios, Jorge Ramos, destacado periodista y conductor de Univisión, escriba un artículo titulado “Dos Chile Tras el Sismo”, donde señala “que en realidad hay dos Chiles” y uno de ellos, el más pobre, apareció cuando el terremoto  corrió el velo de la ilusión.
Lo que sí es sorprendente, es la respuesta de Mario Kreutzberger, el popular Don Francisco de Sábados Gigantes que descalifica de entrada las opiniones de Ramos. Aunque titula su nota “Con respeto”, a continuación de realizar una especie de autocrítica a la simplificación de sus opiniones en alguno de sus propios viajes a países en “situación de excepción”, concluye “me pregunté cuántas veces también me habré equivocado”.
No se trata de quién tiene la razón. Si quién dice que no puede ser la presidenta de un país la que deba “decretar” si hay tsunami , o que los sistemas de alerta no funcionaron y costaron las vidas a cientos de personas, o que el bello aeropuerto de Santiago estaba diseñado para París donde no conocen los temblores, o que los saqueos fueron por desesperación o por codicia, o que los vecinos se hayan armado y encendido hogueras para protegerse de los asaltantes, o que miles de chilenos solidarios viajaron espontáneamente desde cientos de kilómetros hacia las zonas afectadas llevando ayuda, o que se recaudó una cifra record de ayuda en una “teletón” solidaria. 
Lo importante, hasta por razones terapéuticas, es establecer la conversación, levantar las preguntas. El problema es que Chile tiene una auto percepción coagulada y defendida conscientemente por los administradores de imagen del modelo. Una imagen que se administra con mayor facilidad reposando sobre el pánico a disentir, al que tiene una visión diferente, al que cuestiona el estado de las cosas, al que hace preguntas más de fondo.
Las evidentes observaciones de Jorge Ramos, las obvias preguntas que surgen de las mismas, no están presentes en los medios de comunicación masivos de Chile. En la cobertura del terremoto, la televisión, se ha preocupado más de la mal llamada “nota humana”, que mantenga la sintonía a través del horror o de la gloria, que de buscar explicaciones, o de preguntarse y abrir perspectivas.
En los medios chilenos, de debate y conversaciones nada. Peligroso estado de silencio y bloqueo del diálogo, cuando se requiere desatar la creación e imaginación para renovar el desarrollo y devolver el impulso a regiones donde el desastre dejó pérdidas materiales por 30.000 millones de dólares.
Pareciera que los chilenos, particularmente quienes detentan el poder de los medios de comunicación y los de ese “10% más acomodado que acumula más de la mitad del ingreso”, del que habla Jorge Ramos, pueden aceptar que se mueva la tierra y bote edificios, puertos y aeropuertos, pero no que bote la imagen de Chile que han y se han construido.

jueves, 24 de febrero de 2011

Democracia y comunicación: lo normal está tergiversado


Ayer, fueron detenidos durante varias horas, por Carabineros de Chile, unos jóvenes que caminaban con carteles y banderas por el Paseo Huérfanos. Sí, leíste bien, caminaban por un paseo peatonal. No estaban cortando el tránsito, no se habían tomado la calle, caminaban por un paseo peatonal. Algunas horas más tarde otros jóvenes fueron reprimidos en Viña por pedir una gaviota para Calle 13 en el contexto de un festival de música.

Los del paseo Huérfanos, antes de ser detenidos habían sido reprimidos con lo que en la mayoría de los países se llama cañón de agua, y al que en Chile damos el simpático nombre de “guanaco”. Acá, su uso nos parece normal; en la mayoría de los países democráticos el uso del cañón de agua o de bombas lacrimógenas se reserva sólo para situaciones extremas, es equivalente a usar un arma. No quiero explicar por qué acá es normal, o de dónde viene, o por qué somos así: quiero dejar claro que en democracia es inaceptable. La brutalidad del estado contra un grupo de jóvenes que quieren plantear su punto de vista nos degrada como personas y como sociedad.

Fueron detenidos y reprimidos “por estar defendiendo Isla Riesco”. Y de alguna manera, en esa frase se cuela otra dimensión de lo normal: cuando uno lucha “por algo” es normal ser reprimido o detenido.  Sí, efectivamente, es normal ser detenido y hasta asesinado cuando uno lucha por algo, en una dictadura. En todas las últimas declaraciones de Estados Unidos sobre las rebeliones en el “Mundo Árabe” se subraya “el derecho a reunirse, manifestarse y expresarse libremente”. ¿Por qué eso es distinto en Chile? ¿Porque aquí estamos en democracia? Sería la paradoja más absurda. No es normal ser arrestado y golpeado por llevar un cartel en una democracia.

Urge que nos saquemos la dictadura de la cabeza y el corazón: es escandaloso, que un grupo de jóvenes o un ciudadano sea reprimido por portar un cartel o por pedir una gaviota. Lo normal, es que habitemos un país donde las personas pueden caminar, pensar y decir lo que quieren sin miedo: el derecho a la comunicación nos constituye como seres humanos. Lo normal, es que todos podamos ejercer el derecho a plantear pacíficamente nuestra posición, en los medios de comunicación, en las redes sociales, con carteles o con canciones. Lo normal es que las calles y plazas sean el espacio de reunión, de expresión y convivencia de la ciudadanía.

No importa si es por la gaviota a Calle 13, Isla Riesco, el Gas, Alto Maipo, las reivindicaciones laborales, el apoyo a la disidencia en Cuba o en Libia, el aborto, la prevención del sida, los pueblos originarios, el pase escolar, la igualdad de la mujer o la calidad de los servicios: los ciudadanos tienen derecho a manifestar lo que piensan. El derecho a la comunicación es básico y elemental, nunca podemos dejar pasar por alto su violación. Sin derecho a la comunicación no hay posibilidad de conversar, no hay democracia, no hay comunidad nacional.

viernes, 18 de febrero de 2011

Un cartel es comunicación, no un delito


En twitter @mautolosa

Ayer, entre las noticias revueltas de Dichato, de marinos en las calles, de los detenidos que eran 30 y después 8 y al final no supe, de los numerosos helicópteros revoloteando, del presidente que “llegó en son de paz”, escuché pero deje pasar, algo básico relacionado con el derecho a la comunicación: un señor que fue detenido por portar un cartel.

Afortunadamente, las redes sociales están llenas de amigos alertas, que no dejan pasar detalle. Esta mañana, en mi cronología TL de Twitter, me llamó la atención un tweet de Victoria Uranga “Qué perdido anda el gobierno si le tiene miedo a la gente que expresa sus ideas. Un cartel no es amenaza es un mensaje”.

Lo que me llamó la atención no fue que “el gobierno ande perdido”, -que es un punto discutible y sobre el que pueden existir distintas opiniones-, sino que Carabineros hubiese detenido a una persona por andar con un cartel. Un cartel es una expresión de ideas, -más o menos afortunadas- pero una expresión de ideas que nadie puede coartar. Recordé que hace unos meses, mientras los mapuches estaban en huelga de hambre, Carabineros detuvo a unas religiosas que caminaban con un lienzo.

En Chile nos hemos acostumbrado a dejar pasar por alto la violación de los más mínimos derechos ciudadanos sin sorprendernos, expresarse mediante un cartel o mediante una manifestación pacífica, no puede ser reprimido. Es la expresión de los ciudadanos, aún más imprescindible en un país donde todos los canales de televisión abierta y todos los periódicos cotidianos de circulación nacional profesan la misma ideología que el gobierno. El derecho a la comunicación, a ser escuchado y tomado en cuenta, a expresar sus ideas y ser parte de la conversación pública es la esencia  de la democracia.

sábado, 12 de febrero de 2011

Revolución de la Paz en Egipto: Esperanza para el Mundo Árabe y la humanidad


El estereotipo septiembre 11

Desde el atentado a las Torres Gemelas del 11 de Septiembre de 2001, los medios de comunicación internacionales habían profundizado en los prejuicios y estereotipos que mostraban la imagen de un mundo árabe homogéneamente violento. Esto parecía asociado a una especie de “psiquis islámica” intrínsecamente  sectaria e intolerante, que había llevado a un paisaje del mundo árabe que sólo admite caudillos autócratas de origen militar o religioso, apoyados por las potencias occidentales o por Dios.

Quizás era una manera de seguir justificando desde la moral occidental, una de las guerras más públicamente injustas y mentirosas de la Historia, la de Irak, iniciada contra la opinión de los organismos y opinión pública internacionales, fundada en una red de mentiras que bajaban desde la misma Casa Blanca, justificada por la búsqueda de armas de destrucción masiva y conspiraciones nucleares que sólo existían en las mentes de los equipos militares y políticos de Bush, Blair y Aznar. 

Durante una década, en los medios noticiosos, los terroristas asesinaban y las turbas de fundamentalistas quemaban banderas occidentales; mientras en Hollywood, en las películas y series, los islámicos superaban ampliamente en el papel de villano principal a narcotraficantes mexicanos y colombianos. A la narrativa mediática masiva, “noticiosa” o de ficción, le gustan las cosas simples y vistosas, los buenos y malos. No caben los millones de ciudadanos y activistas del Mundo Árabe, que cotidianamente sufren y luchan contra la opresión y represión de los tiranos y terroristas militares y religiosos.


La renovada fuerza de la Paz

El ingreso al escenario mundial de la multitud de la paz y el cambio, que ocupó las plazas y calles de Egipto con persistente paciencia, durante 18 días, representa la oportunidad de un cambio radical desde la perspectiva de los grandes estereotipos y prejuicios que guían la opinión pública mundial. Y sabemos, que desde la masificación e instantaneidad de los medios, la opinión pública y los medios internacionales definen la agenda política internacional.

En Egipto, la enorme comunidad ciudadana y pacífica, se congregaba y comunicaba, ponía en común sus ideas y sus emociones y realizaba acciones muy simples: estar en un lugar, caminar, celebrar, rezar, cantar. La fuerza tranquila exigiendo decididamente el derecho a construir un mejor futuro. Cuando un extraviado Mubarak intento arrebatarles el triunfo, surgió el grito espontáneo de la ira, pero no se canalizó a hacia la destrucción o los movimientos violentos que algunos comentaristas de medios imaginaron. Al contrario, más gente salió a las calles al día siguiente, el de la plegaria, y rodearon los edificios más emblemáticos del gobierno, el Palacio Nacional, el de la Televisión Estatal, la Casa Presidencial.

La Revolución Egipcia restituye la dignidad y el orgullo al Mundo Árabe en más de una manera, y  trasciende las fronteras del Islam. En una época de desconcierto y crisis de las instituciones políticas y religiosas devuelve la fe a los movimientos libertarios y ciudadanos del mundo y demuestra la eficacia de la paz activa y disciplinada, en una dimensión comparable a la del movimiento de Gandhi para alcanzar la Independencia de India del Imperio Británico. 

No olvidemos a los 300 ciudadanos Egipcios, que a diferencia de los de Esparta, pusieron sus pechos abiertos frente a las armas, garrotes y machetes, y ofrendaron sus vidas para que mediante la paz se abra el camino hacia una mejor humanidad.

jueves, 10 de febrero de 2011

La imagen condena a la Intendenta


Cuando escuchamos el audio de la reunión de Jacqueline Van Rysselberghe donde declaraba que había mentido para conseguir algunos beneficios, muchos imaginamos que se trataba de una reunión íntima con sus partidarios, donde hay minutos de confianza, todo está medio a oscuras, con frío y la gente humilde se agrupa alrededor del líder para escuchar las buenas nuevas. Sus dichos de que las “declaraciones habían sido sacadas de contexto”, para quienes creían en la intendenta respaldaban esa explicación, transformándola en una falta, pero menor. El propio presidente Piñera señaló que “estaba mal pero que la intención era buena”. Esa es la magia del audio, la imaginación que acepta y permite diferentes interpretaciones.

Pero hoy, en CNN Chile, apareció el video del momento en que la intendenta emite la frase y se pudo apreciar con claridad el contexto. Se ve una imagen completamente distinta. Estamos en un acto oficial, preparado y planificado, con alfombras rojas, con un estrado donde otras tres personas de parkas rojas de gobierno acompañan a la intendenta, una pantalla para proyecciones, una gran cantidad de personas sentadas en sillas, es decir se trata de un acto oficial y no de una reunión informal con “gente de confianza”. Cambia completamente la apreciación sobre la frase y su contexto, esa es la magia de la imagen.

Si en un acto oficial, los máximos representantes de las instituciones pueden contar como se burlan del sistema –aun con las mejores intenciones- el sistema democrático y sus instituciones están en serios problemas. ¿Qué se puede esperar de los ciudadanos comunes y corrientes, de aquellos que ni siquiera se inscriben en los registros electorales porque ya no creen en el sistema? Un papel fundamental de las autoridades es encarnar, y no solo hacer respetar sino que fortalecer las instituciones, que son la principal defensa de los ciudadanos frente a los abusos de todo tipo. 
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